"Apocalipsis en Solentiname", algo sobre Cortázar el profeta. Parte 2: La reflexión.
- Texto: Julio Cortázar, Introducción: José Becerra
- 29 oct 2017
- 4 Min. de lectura
Si imaginamos una lista de escritores latinoamericanos comprometidos con la labor, la conciencia y la crítica social, podemos estar de acuerdo con que uno de los infaltables sería el siempre querido Julio Cortázar. Ayer publicamos uno de sus cuentos menos conocidos: "Apocalipsis en Solentiname". Es un cuento de transición lenta con una primera mitad que exige paciencia lectora y que regala poesía de renglón en renglón y, sobre todo, de coma en coma, y tiene un final tremendamente inesperado y doloroso. Compartimos el dolor del protagonista y compartimos también lastimosamente las tragedias cotidianas de los pueblos de América Latina. La razón del título de estas dos entregas e indudablemente lo más mágico del relato es que es un cuento que borró las fronteras de la ficción para hacerse miserable y violenta realidad.
En el cuento encontramos quejas de crímenes ya ocurridos, como el de casi un año antes de su escritura: el asesinato del interesante poeta salvadoreño Roque Dalton. Hoy publicamos una ponencia presentada por Cortázar en 1978, en un Congreso Internacional de Escritores celebrado en Estocolmo.

Dejamos en voz del cuentista su propia genialidad y la triste realidad multipatria (desapariciones, homicidios, secuestros, genocidios) de nuestro continente:
El lector y el escritor bajo las dictaduras de América Latina
(Fragmento)
“… es perceptible en estos últimos veinte años el aumento, a veces vertiginoso, del número de lectores que siguen de cerca la obra de nuestros escritores, y entre ellos predominan largamente los que buscan en esa lectura algo más que distracción u olvido. Su lectura es cada vez más crítica y más exigente, y tiende a incorporar la literatura a un terreno de experiencia concreta, de testimonio y acción. Al leer está como leyendo en sí mismo y en lo que lo rodea; al terminar cada libro, despierta como el Viejo Marinero de Coleridge, más triste y más avisado; triste por las razones geopolíticas que todos conocemos de sobra, y avisado porque nuestra literatura es cada vez más capaz de ayudarlo a comprender y a actuar frente a esas razones. De esto daré un simple ejemplo, que por desgracia puede multiplicarse hasta el vértigo. El año pasado publiqué en España un libro de cuentos, que debía ser editado simultáneamente en Argentina. El así llamado Gobierno de mi país hizo saber al editor que el libro sólo podría aparecer si yo aceptaba la supresión de dos relatos que consideraba agresivos para el régimen. Uno de ellos se limitaba a contar, sin la menor alusión política, la historia de un hombre que desaparece bruscamente en el curso de un trámite en una oficina de Buenos Aires; ese cuento era agresivo para la junta militar porque diariamente en Argentina desaparecen personas de las cuales no se vuelve a tener noticias. La desaparición ha reemplazado ventajosamente el asesinato en plena calle o al descubrimiento de los cadáveres de incontables víctimas; los Gobiernos de Chile y de Argentina, y los comandos paralelos que los apoyan, han puesto a punto una técnica que, por un lado, les permite fingir ignorancia sobre el destino de los desaparecidos, y por otro lado prolonga, de la manera más horrible, la inútil esperanza de parientes y amigos. Tal ha sido, puesto que estamos entre escritores, el destino de un novelista argentino llamado Haroldo Conti, y tal ha sido el de otro novelista llamado Rodolfo Walsh. Pero citar dos nombres conocidos es dejar caer dos gotas de agua en un recipiente lleno hasta el borde de otros nombres casi siempre ignorados en nuestros círculos, nombres de obreros, de militantes políticos, de sindicalistas, a los que puede agregarse una interminable nómina de abogados, médicos, psiquiatras, ingenieros, físicos; casos como el del rector de la Universidad de Bahía Blanca, y el de las religiosas francesas que ocuparon largamente las columnas de la prensa europea son también minoría frente a una realidad que puede haber disminuido o no frente al peso de la presión internacional, pero que está lejos de haber desaparecido, porque las condiciones que permiten esas desapariciones se mantienen invariables; baste saber que el jefe de la junta militar argentina se retirará del ejército para seguir, como civil, al frente del Gobierno hasta 1981; militares o civiles, las figuras de la baraja siguen siendo las mismas, los responsables siguen y seguirán siendo los mismos.
El segundo relato prohibido narraba una visita clandestina que en 1976 hice a la comunidad de Solentiname, en el gran lago central de Nicaragua. Nada hay en él que pueda ofender directamente a la junta argentina, pero todo en él la ofende porque dice la verdad sobre lo que sucede hoy en tantos países latinoamericanos; y ese relato fue además tristemente profético, pues un año después de haberlo escrito, las tropas del dictador Somoza arrasaron y destruyeron esa pequeña, maravillosa comunidad cristiana dirigida por uno de los grandes poetas latinoamericanos, Ernesto Cardenal. No me excuso por citar trabajos míos; son el mero espejo de tantas otras censuras que amordazan a escritores y lectores en nuestros países. Es verdad que los escritores encontraremos siempre la manera de escribir y hasta de publicar; pero del otro lado del muro están los lectores, que no pueden leernos sin riesgo; del otro lado están los pueblos, cuya sola información es la oficial; del otro lado hay una generación de niños y de adolescentes que, como en el caso de Chile, están siendo “educados” para convertirlos en perfectos fascistas, en defensores automáticos de las grandes palabras con las que se disfraza la realidad: la patria, la seguridad nacional, la disciplina, el orden, Dios, y la lista es larga. son ellos, y no los intelectuales, los que cuentan hoy para mí; los pescadores y los campesinos de Solentiname, los niños chilenos, los desaparecidos y torturados de Argentina y de Uruguay, todos y cada uno de los círculos del infierno que es el Cono Sur latinoamericano. Y no como temas literarios, por cierto, pero sí como la razón profunda que todavía puede llevarme a escribir, a estar más cerca, a no creerme del todo inútil…”

Agradecemos la labor de la profesora argentina Marina Menéndez por la publicación del cuento y la conexión con la ponencia en su blog: "lenli.wordpress.com". El relato tristemente ha tenido una difusión tan baja que se parece a la censura.
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